Después del impacto de sus palabras, de darme cuenta de esa agresión y llamarlo como lo que fue, me está costando asimilar que * fuera capaz de decirme algo así.
Me pasé la tarde sola en urgencias, quedándome con las justificaciones suyas y teniendo que ‘revivir’ esas palabras constantemente, cada vez que hablaba con un profesional. No tuve tiempo para reflexionar sobre ellas, pero cuando pude hacerlo sentí que debería estar sintiéndome MUY enfadada y dando una respuesta mucho más contundente. Solo estaba profundamente decepcionada. No quería hacer saña de la herida (hacer madera del árbol caído), pero sentí que si no ponía distancia en ese momento no iba a poder sanar nunca, que empezaría a sentir rencor y era lo que menos quería. No quiero terminar una relación así, y menos con *. No quiero que las últimas palabras que tenga de ella sean esa agresión verbal y sus audios posteriores (que ni recuerdo lo que dicen) tratando de justificarse.
Siento que necesito este tiempo, este punto muerto, para digerir el trauma, para acomodar esa herida en mi interior, buscarle un hueco y aprender a convivir con ella. Ni mil disculpas de * van a poder sanar esa agresión ni van a quitar el sentimiento de desilusión, de decepción. Tengo que aprender a aceptar que lo que pasó, pasó y va a vivir conmigo, pero eso no tiene por qué repercutir en una futura relación con ella. Se puede perdonar sin olvidar y se puede vivir también sin perdonar. El rencor y el perdón no tienen por qué ir de la mano.
No sé si algún día la confianza volverá a ser la misma. De momento no lo veo posible, y si algún día volvemos a ser amigas creo que siempre tendré la duda en mi interior, siempre me preguntaré «¿Cuando será la próxima? Puede esperar algo así de esa persona?». Quizás, una de mis condiciones inamovibles tiene que ser que ella admita esos prontos, esos conatos de rabia que dirige hacia su entorno. Lo estaba trabajando y lo llevaba bien, pero ese día traspasó cualquier límite y fui capaz de ver una cara que nunca me habría imaginado y que siempre estará ahí «subyacente».
Por el momento, esta pausa me deja tranquila, siento como si nada importara ya. No sé si es la medicación o que todo lo demás ha ido perdiendo intensidad y lo que me deja es la calma de no tener expectativas de nadie y hacia nadie.
Me sentí traicionada y eso sí que me dolió, pero poner ese límite con *, tan marcado, tan estricto y habérselo comunicado «bien», de la manera que a mi me habría gustado recibirlo, me hace sentir bien conmigo misma, serena. También me siento orgullosa de mi misma por haber «plantado cara» y verbalizado lo que fue con ella, sin que quepa duda a la justificación ni a una interpretación errónea. No traté de buscarle una explicación, no traté de dialogar. No hubo diálogo.