Y no lloré.
Me prometí no llorar.
Y no lloré.
Quise no sacar el tema. Obvié los hechos. Los ignoré. Hasta el abrazo final.
Y aún así no lloré.
Hasta que arrancamos el coche y lancé una última mirada.
Quise no llorar.
Aunque las lágrimas fueron difíciles de mantener.
Y lloré.
Fueron 4 lágrimas en silencio, ocultas tras mis gafas de sol. En la soledad de un asiento trasero. Qué complicado se volvió todo de repente. Lo que parecía fácil, se volvió difícil en un último abrazo.
Me prometí no pensar en ello.
Siento que en algún momento me rompí. Queriendo ser fuerte. Queriendo ser «independiente». Me rompí en mil pedazos. De repente me vi sola. De repente me llenaron mil pensamientos negativos. De repente me volví débil. Sentí que no podría con nada. Sentí que mis fuerzas se quedaban en Móstoles. Que los estudios se me venían grandes. Que los examenes se me venían grandes. Que el mundo se me venía grande. Que la vida se me venía grande. Que no merecía la pena.
Me prometí decirle al miedo adiós.
Intentar pensar en positivo (mientras pueda). Intentar mantener las energías (mientras pueda). Porque ahora podré tener 4 pensamientos negativos y alejarlos de mi mente. Porque ahora estoy muy ocupada para pensar. Pero dentro de un mes, todo será más difícil. Dentro de un mes, todo será más real.
Me prometí no hablar del tema. Y no hablaré.
Que todo siga su camino, que todo siga su curso. Que lo que tenga que ser, que sea. Que lo que tenga que pasar, que pase. Que la vida cambie, que la vida dé giros inesperados que me cojan por sorpresa. Que todo se caiga al vacío, o que sea yo la que se cae.
Sigamos.
«Y de repente apareces tu
Mientras me hablas hago que estoy dormida»
