Lord Byron "Oscuridad"

Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación, y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
Y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados, las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros.

Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa,
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
Fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.

Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
Haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
Siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
Morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia, murió.

De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una ridícula; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito «Enemigo». El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
Una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la Luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda… Ella era el universo.

La melancolía de Haruhi

A mi el béisbol me daba igual, pero me llevé una gran sorpresa cuando llegué al estadio y me di cuenta de que estaba lleno de gente hasta donde me alcanzaba la vista. Me recordaron a un montón de granos de arroz pegados los unos a los otros. Le pregunté a mi padre cuánta gente podía haber allí dentro y él me contestó que cuando estaba completamente lleno cabían hasta 50.000 personas. Después del partido, el camino que llevaba a la estación estaba casi colapsado por el gentío. Esa imagen se me quedó grabada. Sin embargo, toda esa gente a mi alrededor apenas era parte del total de habitantes de Japón. Nada más volver a casa, cogí una calculadora para sacar el porcentaje. En clase de sociales nos habían dicho que la población de Japón era de ciento y pico millones. Si comparaba cien millones con los cincuenta mil del estado me salía un porcentaje de 2.000 a uno. Me quedé helada. En aquel mar de gente, yo era sólo una persona más, pero es que comparada con la población del país, apenas era una gota de agua en el océano. Hasta este momento, yo siempre me había considerado una persona especial. Me encantaba estar con mi familia y creía que mis compañeros de clase eran las personas más interesantes del mundo, pero me di cuenta de que no era así. Lo que ocurría en mi clase y que a mí me parecía lo mejor del mundo era lo mismo que pasaba en otras clases. Cualquier otro japonés lo habría encontrado normal.
Cuando fui consciente de la realidad, fue como si todo mi entorno se hubiera vuelto de color gris. Lavarse los dientes antes de irse a dormir, desayunar después de levantarse. Todo el mundo hacía lo mismo todos los días y me empecé a aburrir. Sin embargo, ya que había tanta gente en el mundo, por fuerza tenía que haber alguien con una vida interesante. Estaba convencida. Pero, ¿por qué no era yo esa personas? Estuve obsesionada con esa idea hasta que empecé la secundaria. Entretanto, hice un descubrimiento: nunca pasa nada divertido si te limitas a esperar sentado a que pase. Por eso decidí ser una persona distinta en secundaria. Iba a demostrar al mundo que yo no era como los demás, que no me conformaba con sentarme a esperar. Durante esos tres años, hice lo que me dio la gana, pero nunca ocurrió nada digno de mención. Antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba en bachillerato. Pensaba que al menos algo habría cambiado hasta este momento.

Luarca… Cambaral

«Había subido desde las costas de Argel y Tingitania hasta nuestros mares cantábricos, una pequeña flota de piratas berberiscos que, con sus contínuas incursiones, tenían atemorizados a todos los pueblos de la costa desde Avilés hasta Navia.Los barcos berberiscos, más pequeños , ágiles y ligeros que los grandes barcos de la flota del rey, escapaban de contínuo de todas las persecuciones y parecía que fuera imposible detenerlos nunca.Mandaba la flota pirata un moro llamado Cambaral, famoso por la extrema crueldad que mostraba en sus asaltos y por lo ingenioso de sus ataques. Entre su pericia como capitán y las características de sus embarcaciones, ciertamente, era difícil capturar siquiera alguno de los barcos que componían la flotilla.

Cansado de las tropelías que cometían los berberiscos, el señor de la fortaleza de Luarca, también conocida como La Atalaya, decidió que ya era hora de acabar con ellas y que, dado el fracaso de la flota real, se hacía necesaria una nueva estrategia que facilitara su captura. Embarcando a sus más fuertes y aguerridos guerreros en sencillas embarcaciones de pesca, bien disimulados entre sus aparejos y artes, salieron a la mar a esperar que apareciese la flota berberisca. A pocas millas de Luarca, se pusieron a pescar con la intención de que los moros les viesen como un botín fácil y de que, confiadamente, les asaltaran.

Efectivamente, en cuanto aparecieron los barcos berberiscos y vieron las barcas de pesca, se lanzaron a su ataque.Pero cual no sería su sorpresa, en cuanto se acercaron a ellas, que vieron que de ellas salían decenas de guerreros perfectamente armados y preparados para el abordaje, y que eran las inocentes barcas las que les atacaban ellos y no al contrario, como tenían previsto. El combate fué largo y cruento, pero la sorpresa y maniobrabilidad de las barquillas, dieron toda la ventaja a los luarqueses.

Cambaral fue hecho prisionero, cargado de cadenas y conducido a la fortaleza de La Atalaya, en cuyas mazmorras lo encerraron sin curarle siquiera las heridas.

Mientras el señor de Luarca y sus aliados festejaban el triunfo y preparaban los despachos para anunciarle al rey la buena nueva, la hija del señor, una bella doncella de espíritu generoso y gran corazón, pidió permiso para curar sus heridas y se dirigió a las mazmorras.

Había poca luz allí, pero, parece, no les hizo falta alguna, pues fué verse, siquiera entre las sombras, para que surguiera entre ellos el más puro amor. A pesar de las heridas, o quizás por ellas mismas, Cambaral comenzó a sentir lo que todas su correrías le habían ocultado: que era huérfano de corazón, que sus fechorías no lo había evitado nunca y que nunca lo evitaría, que podía hallar descanso y sosiego, al fin, en este amor que se le ofrecía. La hija del señor, que nunca había sentido las punzadas del amor noble, curó las heridas casi con veneración, pero también con una congoja que la atenazaba, pues conociendo bien a su padre, sabía cual iba a ser el destino de Cambaral y, por ende, más que probablemente, el suyo.
En aquella semioscuridad se declararon su amor mutuo y se hicieron esas promesas grandilocuentes con que los amantes noveles adornan la adversidad. Pero cuando Cambaral, se recuperó de sus heridas, volvió a emerger en él su audacia y su ingenio, que tan bien le habían servido en sus correrías por todas las costas, desde Argel hasta el Cantábrico, y planificó la fuga de ambos.

Fué una huida alocada, sin posibilidades de éxito, practicamente, pero los ojos de los amantes no veían sino el momento en el que su amor podría al fin desplegarse, herirse con sus besos, consumarse en pasión. No veían otra cosa que esa determinación cuando bajaban hacia el puerto desde la fortaleza, escondiéndose en las esquinas, corriendo atropelladamente y buscando, ya en los muelles, el barco de Cambaral que, rápido y ágil como era, hacia ella misma les dirigiría.

Sin embargo, el señor de la fortaleza ya había sido avisado de la fuga y, con un destacamento de tropas, esperaba a los amantes en el puerto. Allí acabaron sus sueños y pusieron a prueba todas aquellas promesas que se habían hecho; viendo imposible la huida, Cambaral abrazó a la hija del señor de Luarca; ambos se miraron como si se estuvieran diciendo algo que no se puede decir (amor que nace a oscuras, oscuro muere); ambos se besaron como si ya nunca más se pudieran besar (ya nunca los labios volverán a soñar)…
Y así fuera que el señor de Luarca, loco de ira, incapaz de soportar aquel beso que para él era blasfemia, de un solo tajo, cortó ambas cabezas, las cuales fueron a escabullirse, en su beso final, a las frías aguas del puerto, justo donde años después se levantaría el llamado Puente del beso.

La leyenda de Cambaral ha dejado una gran huella en la villa de Luarca. El barrio de pescadores lleva su nombre y se suele distinguir dentro de él el Cambaral Alto, que es donde habría estado la fortaleza (hoy en su lugar hay un monumento, llamado, precisamente, la Mesa de Cambaral) y Cambaral Bajo, que es donde está el muelle.
Otras leyendas hacen de Cambaral un pirata normando que habría desembarcado en Luarca y que habría sido muerto en combate por un tal Teudo Rico de Villademoros.


Miguel I. Arrieta Gallastegui «Historias y leyendas de Asturias»

Avalanch – Cambaral (mejor en acústica)


De este lugar
cuentan leyendas e historias
y juran que así ocurrieron.

Siglos atrás,
las tropas del rey en sangrienta batalla
a un joven de muerte hirieron.
Y el rey con crueldad
así le encerró.
Su herida mortal
no obtuvo perdón,
y en el suelo esperó
la muerte sin ver la luz del sol.

Sin fuerzas ni voz
vio a una bella mujer
que con pena llegó hasta su celda.
La muerte burló,
su corazón ahora ciego de amor
comenzó a latir con más fuerza.

Ella, hija del rey,
él, un simple ladrón.

El destino, tan cruel,
les robó el corazón,
en aquella prisión y lejos de ver la luz del sol.

– Déjame morir en tus brazos y así
un instante tal vez podré ser feliz.
Esta vez la vida se ríe de mí
y ahora toca a su fin aunque quiera vivir, 
quiero ver
tu rostro otra vez
y saber
que siempre estaré junto a ti
aunque vaya a morir.

Dicen que ella escapó
con su joven ladrón,
pero el rey les halló,
y con furia y dolor, ante un beso de amor,
a los dos con su espada atravesó.

-Déjame morir en tus brazos y así
un instante tal vez podré ser feliz.
Esta vez la vida se ríe de mí
y ahora toca a su fin aunque quiera vivir.
-Quiero ver
tu rostro otra vez.
Ahora se
que siempre estaré junto a ti
aunque vaya a morir.-

Cuentan que

en las noches de invierno se ve

nacer una flor donde no llega el sol.

Por amor

sus almas unidas están

y se pueden amar para la eternidad.

Puede ver

su rostro otra vez,

y saber

que siempre estará junto a él,

junto a él…


El puente del Beso existe de verdad en Luarca y la leyenda es real… Nunca  pensé que podría ser real, pero solo hay que informarse un poco ^^ Es más romántico que el puente Milvio en Roma!
Puente del beso en Luarca

La Fundación…



(Texto extraido de la obra de teatro «La Fundación», de  Antonio Buero Vallejo)


– ¿Quieres volver a la Fundación?
– Ya sé que no era real. Pero me pregunto si el resto del mundo lo es más… También a los de fuera se les esfuma de pronto el televisor, o el vaso que querían beber, o el dinero que tenían en la mano… O un ser querido… Y siguen creyendo, sin embargo, en su confortable Fundación…. Y alguna vez, desde lejos, verán este edificio y no se dirán: es una cárcel. Dirán: parece una Fundación… Y pasarán de largo.
– Así es.
– ¿No será entonces igualmente ilusorio el presidio? Nuestros sufrimientos, nuestra condena…
– ¿Y nosotros mismos?
– Sí, incluso eso.
– Todo, dentro y fuera, como un gigantesco holograma desplegado ante nuestras conciencias, que no sabemos si son nuestras, ni lo que son. Y tú un holograma para mi, y yo, para ti, otro… ¿Algo así?
– Algo así
– Ya ves que lo he pensado
– Y si fuera cierto… ¿ a que escapar de aquí para encontrar la libertad o una prisión igualmente engañosa? La única libertad verdadera sería destruir el holograma, hallar la auténtica realidad… que está aquí también, si es que hay alguna… O en nosotros, estemos donde estemos…. y nos pase lo que nos pase.
– No
– ¿Por qué no?
– Tal vez todo sea una inmensa ilusión. Quien sabe. Pero no lograremos la verdad que esconde dándole la espalda, sino hundiéndonos en ella. Y yo sé lo que te pasa en este momento.
– ¿El que?
– No es que desprecies la evasión como otra fantasía, sino que te acobardan sus riesgos. No es desdén ante un panorama quizás ficticio, sino temor. Así no vale. Duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar. No podemos despreciar las pequeñas libertades engañosas que anhelamos, aunque nos conduzcan a otra prisión… Volveremos siempre a tu Fundación, o a la de fuera, si las menospreciamos. Y continuarán los dolores, las matanzas…
– Acaso ilusorias…
– Eso se lo tendrías que preguntar a Tulio. Aunque sea otro holograma… al que ya han destruido.
– Perdona, mi Fundación aún me tiene atrapado.
– No, tú ya has salido de ella. Y has descubierto una gran verdad, aunque todavía no sea la definitiva verdad. Yo la encontré hace años, cuando salí de una cárcel como ésta. al principio, era un puro deleite: deambular sin trabas, beberme el sol, leer, disfrutar, engendrar un hijo… Pronto noté que estaba en otra prisión. Cuando has estado en la cárcel, acabas por comprender que, vayas donde vayas, estás en la cárcel. Tú lo has comprendido sin llegar a escapar.
– Entonces…
¡Entonces hay que salir a otra cárcel! ¡Y cuando estés en ella, salir a otra, y de ésta, a otra! La verdad te espera en todas ellas, no en la inacción. Te esperaba aquí, pero sólo te esforzabas por ver la mentira de la Fundación que imaginaste. Y te espera en el esfuerzo de ese oscuro túnel del sótano… En el holograma de esa evasión.
– Me avergüenzo de haber delirado tan mal.
– Estabas asustado… Te inventaste un mundo de color de rosa. No creas que es demasiado absurdo… Estos presidios de metal y rejas también mejorarán. Sus celdas tendrán un día televisor, frigorífico, libros, música ambiental… A sus inquilinos les parecerá la libertad misma. Habrá que ser entonces muy inteligente para no olvidar que se es un prisionero.




Perdona pero…

Bueno, antes de todo quiero decir que nada de lo que escriba a continuación es produccion mía. Es de Federico Moccia, de su libro «Perdona pero quiero casarme contigo» de la Editorial Planeta Internacional.

© Federico Moccia, 2009
© por la traduccion, Patricia Orts, 2010
© Editorial Planeta, S.A., 2010

Con los años, todos se vuelve más difíciil. Nuevos compromisos, otros conocidos, ritmos diferentes. Y a veces uno tiene la impresión de que se ha perdido, de que no ha dado la importancia adecuada a las relaciones.

Pero él ignora la verdad, como a menudo sucede con muchos de los que viven a nuestro lado y son amables con nosotros. Jamás sabremos por qué lo son, y qué es lo que sienten en el fondo.

¿Por qué a la gente le gusta hacerse tanto daño? ¿Por qué no consiguen alcanzar el equilibrio por sí solos? Si has dejado de querer a una persona, debes decírselo claramente, no puedes tenerla pendiente de un hilo porque tú no te sientes seguro. ¿Qué crees que puede sucederte? Déjala… El resto es vida. Se sigue adelante… Adelante.

Ella no lo mira. Se limita a esbozar una sonrisa. Amarga. Distante. Quizá decepcionada. A continuación abre la puerta de un mueble y coloca un cazo en su sitio. Así es. Hay instantes en que todo parece posible  y todo puede cambiar. En que todo está al alcance de la mano. Fácil y bonito. Pero de repente llega la duda, el miedo a equivocarse y a no haber entendido  bien lo que el corazón siente de verdad. Y puf. Nada. Una promesa fallida.

Se avergüenza por un instante. No le va de mentirse tambien a sí mismo, cosa que sabe hacer a la perfección. De manera que permanece así, con un vacío repentino e inmenso en su interior. Con la sensación de haber perdido para siempre a esa persona. Una certeza, una seguridad, ese conjunto de cosas que lo hacían sentirse único, por encima de todo, casi inmortal.

Luego lo mira. Bien. ¿Por qué he dicho que estoy bien? No tenía ganas de hablar. No me apetece contar mis cosas, escucho a todo el mundo pero nunca tengo el valor suficiente para expresar mis sentimientos. Qué coñazo. No, así no va bien. Tengo que ser capaz de decírselo, de admitirlo, a mí misma y a los demás. Debo decirlo.
[…]-Es irremediable, a veces somos incapaces de hablar y eso no hace sino aumentar nuestro dolor. El verdadero problema es que no conseguimos admitir nuestro fracaso, y no un fracaso concreto. Poco importa de qué tipo sea; la imposibilidad de contarlo nos impide comprenderlo de verdad, afrontarlo, resolverlo y analizarlo…

Queda Prohibido

Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarte un día sin saber que hacer,
tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
abandonarlo todo por miedo,
no convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido no demostrar tu amor,
hacer que alguien pague tus deudas y el mal humor.

Queda prohibido dejar a tus amigos,
no intentar comprender lo que vivieron juntos,
llamarles solo cuando los necesitas.

Queda prohibido no ser tú ante la gente,
fingir ante las personas que no te importan,
hacerte el gracioso con tal de que te recuerden,
olvidar a toda la gente que te quiere.

Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo,
no creer en Dios y hacer tu destino,
tener miedo a la vida y a sus compromisos,
no vivir cada día como si fuera un ultimo suspiro.

Queda prohibido echar a alguien de menos sin
alegrarte, olvidar sus ojos, su risa,
todo porque sus caminos han dejado de abrazarse,
olvidar su pasado y pagarlo con su presente.

Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen mas que la tuya,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.

Queda prohibido no crear tu historia, no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.

Queda prohibido no buscar tu felicidad,
no vivir tu vida con una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti este mundo no sería igual.

Pablo Neruda

Tierra y mar… Algún día te cuento por que

El mar le cantaba una nana a la playa cuando ella se sentó sobre la arena, flexionando las rodillas para abrazarlas con sus manos. La arena estaba fría bajo su piel. Cuando empezaba a estremecerse, unos brazos cálidos le rodearon y acunaron su frágil cuerpo.
-¿Estás bien?
Sabía que le iba a preguntar eso. Y también que le iba a mentir.
-Sí -musitó-. ¿Sabes? Creo que el mar ama a la tierra. Le abraza eternamente, y le susurra canciones al oído. Creo que está enamorado de ella.
Una sonrisa furtiva afloró por los labios del chico. Sí, eso hacía el mar.
-Tienes razón. Pero sin embargo, la tierra no comparte ese sentimiento -murmuró con voz aterciopelada, mientras respiraba el aroma de sus cabellos.
Su amiga negó con la cabeza de forma casi imperceptible, pero él lo notó, pues tenía la mejilla apoyada en ella
-¿Cómo sabes que no le corresponde?-pregunto ella
-¿Alguna vez has visto a la tierra molestarse por devolverle el beso? ¿Moverse para acariciarle? Ella le rechaza continuamente con su silencio, a pesar de que él siempre estuvo a su lado
Al principio no supo qué contestar, pero su mente se envaró cuando él volvió a acunarle sobre su pecho con suavidad.
-¿Y cómo puedes estar seguro de que no lo intenta? ¿Cómo puedes saber si ella no deja de pensar en él, si a cada minuto que pasa sufre un dolor desgarrador por no poder abrazarle? Tal vez piensa que no es suficiente para él. Tal vez intenta con todas sus fuerzas besarle, decírselo, hacer algo. Tal vez cree que es más fácil dejarse acariciar. Pero no puedes asegurar que ella no tenga su canción en el corazón, no puedes afirmar que no le ama. Porque lo cierto es que le ama locamente, así ama la tierra al mar.
Los brazos de su amigo le apretaron un poco más contra sí, para que no se diera cuenta de que estaba llorando detrás de su prolongado silencio. Pero le conocía demasiado bien.
-Entonces… -dijo con un hilo de su voz rota- ¿Por qué no hace nada? ¿Por qué deja que él se embargue en la tristeza de la incertidumbre, en la melancolía de su fracaso?
-Puede que… ella tema perderlo. Puede que, ante esa perspectiva, la tierra prefiera conformarse con escuchar su canción todas las noches. Puede que se conforme con ser abrazada aunque se muera por abrazarle. Puede que crea que eso es mil veces mejor que nada.
En ese momento, el abrazo se hizo más intenso, pero no era opresivo, ni agobiante. Era dulce, más dulce que cualquier otra cosa.
-Ella jamás lo perderá. Yo no puedo alejarme de ti. Es imposible que el mar se aleje de la tierra.Sonrieron abiertamente. Porque, para entonces, ni un terremoto ni una ola gigante podrían deshacer ese abrazo

Un ángel que llora

Bueno, este pequeño oneshot lo hice rapido y corriendo en una noche. El final lo hice muy rapido, porque ya me tenía que ir a dormir (de hecho, me tengo que ir YA). Aqui os lo dejo, que lo disfruteis. No seas malos, es mi primer oneshot y… no es que sea muy largo, tampoco.

Otra vez sus lágrimas, otra vez esas tristes y deprimentes lágrimas que se deslizaban de sus ojos… Otra vez. Y otra vez aquellos sollozos, callados, ahogados, como si intentase disimularlo o, como si, más bien, intentase buscar algún consuelo en la almohada. Por supuesto: otra vez. ¿Cuántas veces tenía que soportar eso? ¿Cuántas veces MÁS tendría que aguantarlo? Y todo… ¿por que? No tenía que pensar mucho para encontrar la respuesta a esa pregunta. Él era demasiado cobarde para contárselo, tenía demasiado miedo de que aquella oscura mano pudiera alcanzar a aquel ángel que… lloraba sin remedio. ¿Acaso pensaba que Ran pudiera… delatarle? No, no era eso. Sin embargo… siempre que se encontraba como en aquel momento, a un paso entre la decisión de entrar en la habitación de la chica para decírselo o… desaparecer… algo le retenía, el miedo le retenía. Miedo, esa era la mejor palabra para explicar lo que sentía, pero… ¿Miedo a qué? ¿A la organización? ¿A perderla? Miedo a… la reacción que tuviera Ran. Si se lo decía… Ran podía enfadarse, no perdonarlo, no querer entenderlo. Y con razón. Si no se lo decía… sabía que cuanto más tiempo pasase sería peor. ¿Miedo a perderla? Por eso volvía estar allí quieto, incapaz de moverse por culpa de aquellas molestas dudas.
…Mientras las lágrimas de Ran seguían cayendo. ¿Cuándo se acabarían? Conan sabía que en algún momento todo aquello acabaría, Ran se quedaría dormida, agotada de tanto llorar, y él entraría a la habitación y le arroparía con las sábanas para que no pasara frío. Con su pequeño dedo le secaría aquellas lágrimas que aún se quedarían pegadas a sus mejillas y, sin más, se iría. Era un pacto mudo. Él solo lo hacía, Ran sabía que habría sido él, pero no lo diría. Ninguno de los dos diría nada. Ran se limitaría a seguir sonriendo delante de todos, disimulando y él… él también disimularía, solo para que Ran no se preocupara, para que ella pensara que estaba bien, que se creía toda aquella mentira, que se creía aquella máscara de felicidad y alegría con la que ella se cubría. Por supuesto, no se creía nada. No cuando la historia se repetía un día tras otro, una noche tras otra. No cuando él mismo llevaba tantas horas sin dormir. Él se acostaba incluso más tarde que Ran y, lo poco que podía dormir… aquellas horribles pesadillas no le dejaban dormir. Temía por Ran, temía incluso por él mismo. Sin embargo su temor por Ran no lo podía evitar.
Aunque aquella noche sería diferente. Aquella noche no tendría amanecer, no para él. Sus cosas volvían a estar otra vez guardadas en una pequeña mochila, listo para irse incapaz de aguantar una noche más así. Era lo mejor. Que Ran se olvidase de Conan, se olvidase de Shinichi… aunque él ya había intentado que se olvidase del chico de 17… Sin éxito.
Hacía escasamente un año cuando le había llamado, que le había dicho ‘esto se acabó, lo mejor será que me olvides’… escasamente un año cuando un error suyo casi le había costado la vida de aquel ángel. Había tomado la decisión correcta, alejar a Ran de Shinichi, lo más lejos posible, pero en aquel momento, cuando ya llevaba un año de aquello pensaba hasta que punto eso había sido correcto. Shinichi seguía estando al lado de Ran, aunque ella no lo supiera. Él no podía haberse alejado de Ran, y menos cuando la débil voz de la chica, una noche como aquella, le había pedido que no le dejara… un año atrás, cuando sus cosas habían vuelto a estar guardadas en una pequeña mochila.
-Conan… no… No me dejes.- la misma débil voz que acaba de escuchar, quebrada por el llanto, por ya varias horas de llanto. Conan tembló desde detrás de la puerta. La misma decisión rota con aquellas palabras. Dio un paso hacia adelante, hacia la salida de la casa, intentando mantenerse firme a aquella decisión, pero sabía que… las palabras que escucharía después le haría volverse, girarse de nuevo y entrar en la habitación, en silencio, solo para que Ran se volviera a poner esa máscara de alegría, esbozara una pequeña sonrisa, que Conan sabría que sería falsa, y que se quedase dormida… como cada noche. – Conan… yo… te necesito. No… no te vayas… por favor.- Ya estaban, ya estaban dichas. Ahora solo faltaba esperar al efecto mágico de esas palabras, de ese tono de súplica, de esa voz quebrada por las lágrimas. Ese efecto mágico que no tardó en llegar.
Su cuerpo se movió solo. Se giró y con paso no muy decidido, lento, fue a la habitación de Ran. Solo para ver aquella pequeña sonrisa, tan fugaz… que parecía sincera. Pero que en seguida se desmoronó. Los ojos de la chica se cerraron, su cuerpo se relajó y su respiración fue haciéndose más regular conforme pasaba el tiempo.
Esa noche no sería como las demás, no para él. Volvió a hacer lo de siempre. Le arropó y le secó las lágrimas… Otra vez. Y… intentó irse. No a su habitación, como siempre. Intentó irse, irse de la casa, seguir aquella decisión que había tomado. Pero una mano le agarró con fuerza de la camiseta, impidiéndole marcharse. No, esa noche no sería como las demás, no para él. El amanecer sería tan negro que se confundiría con la noche. Tan negro que seguiría siendo noche. No había amanecer para él.
Todo seguiría siendo una triste noche de luna nueva, mojada en lágrimas de un ángel que llora.